domingo, 15 de mayo de 2011

NOMÁS SOY EL ANUNCIADOR



Hay referencias, claro. Cinematográficas, muchas. En literatura, la memoria, la mía, es flaca: Torito, de Cortázar y la impresionante crónica Las glorias del gran Púas, del impresionante Ricardo Garibay, peso completo de la literatura.

Para escribir uno se debe subir al ring de y con las palabras, enfrentarlas, clavarlas en el párrafo para que cuenten lo que queremos que cuenten. No hay que tenerle miedo a los tamaños del oponente, que (aunque allí estén Cortázar y Garibay, como para medirnos) siempre es uno mismo. Arcadio Acevedo es hábil púgil, se defiende y ataca, tiene calma y puede ser un rehilete; tiene fuerza y maña; la edad le ha dado sabiduría y ha ganado, ya, muchos rounds en esto de volver palabras la vida.

Arcadio es muchas cosas: monero, pintor, locutor, columnista, "reportero", lo bautiza el Lacandón; novelista de una primera novela (El Postigo) que ya lo mostraba, desde muy joven, dueño de un talento narrativo que ha guardado, quién sabe por qué, sólo para el periodismo. Su prosa es de magnífico oído y enorme creatividad. Su escritura tiene una respiración particular, un código propio, una capacidad envidiable para volver metáfora lo que, aparentemente, es lenguaje cotidiano.

Hace algunos años, en experiencia nunca más repetida, vi una pelea de box y quedé impresionado por los sonidos de los guantes al estrellarse en los rostros, en los cuerpos de los boxeadores. La gente los veía hacerse pedazos y gritaba, exigía más. Los pobres no creo que llegaran a nada, más que a quedar tirados en cualquier otra carnicería, en cualquier otro cuadrilátero. Eran tumbamangos, como define uno de los entrevistados en este libro, a quienes tienen, nomás, brazos fuertes. Así empiezan todos, parece; así empezó Romeo, de carne barata para calentar los ánimos del respetable, mientras llega la pelea de los que sí saben.

Arcadio Acevedo repasa, en Romeo Anaya, Guerrero auténtiko, la vida de esta gloria del boxeo nacido en Chiapas. A través de la investigacipón y de las muchas entrevistas, con diversos personajes, distribuidos inteligentemente en breves capítulos, sabemos de su infancia, de su familia, de su colección de oficios, de su llegada por azar al boxeo, de su gloria y su camino de regreso, del intríngulis (los enjuagues, como los llama el Lacandón) del negocio de dar y recibir golpes enguantados.

Hay, además, en este libro, buen humor y una progresión medida: si el capítulo uno es bueno, el segundo es mejor y así hasta el final. Entrevista, Arcadio, al Lacandón, a Raquel Turipache Coutiño (personaje como para otro libro), a Jimy Fernández, al Cagüila, chulada de entrevista, y a varios más que nos dan una mirada, a veces contrastante, de un mundo que no siempre está a la vista. hizo el autor, e hizo bien, una revisión hemerográfica, le dio vueltas al recuerdo y organizó el material como sólo podría hacerlo un aficionado al box y un profesional de la pluma.

Hay datos para los conocedores y para villamelones (como yo), pero no hay pierde: los seguidores del box se emocionarán con la narrración, por los hechos; los que no sabemos del box disfrutaremos del ejercicio prosístico, del lenguaje rico, de la habilidad narrativa, de una historia, de una vida que merece ser contada.

En las escuelas de periodismo se ha acostmbrado a citar como único trabajo válido en el país, la crónica que sobre el Púas escribió Garibay. Don Ricardo ya se acostumbró a estar en su esquina de campeón, desatándose las moscas. Saca los golpes magiStrales de su Púas y, catapum, caen los adversarios que se acercan al mismo tema. Arcadio Acevedo, con su Romeo Anaya, guerrero auténtiko, ya se subió al ring. Déle vuelta a esta hoja, yo nomás soy el anunciador. La pelea va a estar buena.

Héctor Cortés Mandujano

No hay comentarios:

Publicar un comentario