domingo, 15 de mayo de 2011

UN LIBRO SABROSO



A veces pienso que los libros tienen sabores. Sé que es una idea tonta, pero a veces la cobijo.

¿Nunca les ha tocado un libro insípido? ¿Nunca se han topado con un libro que sabe como a hamburguesa llena de grasa? ¿Un libro que cuando apenas se abre huele a agua estancada?

Por eso cuando me topo con un libro preparado con ingredientes naturales ¡me lo devoro! ¡Por fortuna, de vez en vez, me topo con libros llenos de nubes y de vientos!

En mi reciente viaje a Chiapas me topé con un libro de Arcadio Acevedo, el libro en cuestión narra instantes de la vida de un famoso boxeador chiapaneco: el lacandón Anaya. ¡Pucha, qué bonito libro, qué bien escrito!

Por ahí, en la nota introductoria, Héctor Cortés Mandujano habla del colmillo de Arcadio para atrapar al lector. Así me sucedió. El autor no dio chance a que me sentara, a que pidiera una cerveza fría, a que mirara las piernas de las muchachas bonitas con minifalda; no me dio chance de oír los gritos de los aficionados, apenas entré en sus dominios me fintó y me conectó el primer gancho al cerebro, ¡golpe certero!

Le comentaba a un afecto que, por lo regular, yo me “muero” a las diez de la noche. A las nueve y media me pongo el pijama, rezo mis oraciones y ¡hasta el otro día! Pues bien, resulta que la primera noche que tuve el libro en mis manos eran las once y yo seguía trepado en el cuadrilátero en donde me había instalado el autor, con un sentimiento revuelto de “mañana me tengo que levantar temprano, pero no quiero dejar el libro. Leo otra página y ¡ya!”, pero le daba vuelta a la página y seguía y seguía. No fue en dos sentadas, pero sí fue en dos “acostadas” que terminé el libro, porque lo leí a la hora del silencio que se hace a las diez de la noche.

Fue en la armonía de los cielos comitecos en donde miré brillar una estrella apagada: la vida de El Lacandón. Algún día se despintará el nombre de Romeo Anaya en los muros del gimnasio, pero ya jamás se despintará en el muro del aire de este libro sabroso, natural, guisado con peras y con orejas de coliflor. Al final quedé satisfecho.

Es un libro editado por la Secretaría de Educación, cuando precisamente Héctor Cortés andaba metido en estos enjuagues bajo la dirección de quien hoy es el Conecultero mayor. ¡Carambola de tres bandas! No sé si esté a la venta en alguna librería, pero a mis lectores les sugiero que hagan lo posible y lo imposible por conseguir el libro. Es un libro inteligente, es un jab directo al corazón.


Alejandro Molinari









NOMÁS SOY EL ANUNCIADOR



Hay referencias, claro. Cinematográficas, muchas. En literatura, la memoria, la mía, es flaca: Torito, de Cortázar y la impresionante crónica Las glorias del gran Púas, del impresionante Ricardo Garibay, peso completo de la literatura.

Para escribir uno se debe subir al ring de y con las palabras, enfrentarlas, clavarlas en el párrafo para que cuenten lo que queremos que cuenten. No hay que tenerle miedo a los tamaños del oponente, que (aunque allí estén Cortázar y Garibay, como para medirnos) siempre es uno mismo. Arcadio Acevedo es hábil púgil, se defiende y ataca, tiene calma y puede ser un rehilete; tiene fuerza y maña; la edad le ha dado sabiduría y ha ganado, ya, muchos rounds en esto de volver palabras la vida.

Arcadio es muchas cosas: monero, pintor, locutor, columnista, "reportero", lo bautiza el Lacandón; novelista de una primera novela (El Postigo) que ya lo mostraba, desde muy joven, dueño de un talento narrativo que ha guardado, quién sabe por qué, sólo para el periodismo. Su prosa es de magnífico oído y enorme creatividad. Su escritura tiene una respiración particular, un código propio, una capacidad envidiable para volver metáfora lo que, aparentemente, es lenguaje cotidiano.

Hace algunos años, en experiencia nunca más repetida, vi una pelea de box y quedé impresionado por los sonidos de los guantes al estrellarse en los rostros, en los cuerpos de los boxeadores. La gente los veía hacerse pedazos y gritaba, exigía más. Los pobres no creo que llegaran a nada, más que a quedar tirados en cualquier otra carnicería, en cualquier otro cuadrilátero. Eran tumbamangos, como define uno de los entrevistados en este libro, a quienes tienen, nomás, brazos fuertes. Así empiezan todos, parece; así empezó Romeo, de carne barata para calentar los ánimos del respetable, mientras llega la pelea de los que sí saben.

Arcadio Acevedo repasa, en Romeo Anaya, Guerrero auténtiko, la vida de esta gloria del boxeo nacido en Chiapas. A través de la investigacipón y de las muchas entrevistas, con diversos personajes, distribuidos inteligentemente en breves capítulos, sabemos de su infancia, de su familia, de su colección de oficios, de su llegada por azar al boxeo, de su gloria y su camino de regreso, del intríngulis (los enjuagues, como los llama el Lacandón) del negocio de dar y recibir golpes enguantados.

Hay, además, en este libro, buen humor y una progresión medida: si el capítulo uno es bueno, el segundo es mejor y así hasta el final. Entrevista, Arcadio, al Lacandón, a Raquel Turipache Coutiño (personaje como para otro libro), a Jimy Fernández, al Cagüila, chulada de entrevista, y a varios más que nos dan una mirada, a veces contrastante, de un mundo que no siempre está a la vista. hizo el autor, e hizo bien, una revisión hemerográfica, le dio vueltas al recuerdo y organizó el material como sólo podría hacerlo un aficionado al box y un profesional de la pluma.

Hay datos para los conocedores y para villamelones (como yo), pero no hay pierde: los seguidores del box se emocionarán con la narrración, por los hechos; los que no sabemos del box disfrutaremos del ejercicio prosístico, del lenguaje rico, de la habilidad narrativa, de una historia, de una vida que merece ser contada.

En las escuelas de periodismo se ha acostmbrado a citar como único trabajo válido en el país, la crónica que sobre el Púas escribió Garibay. Don Ricardo ya se acostumbró a estar en su esquina de campeón, desatándose las moscas. Saca los golpes magiStrales de su Púas y, catapum, caen los adversarios que se acercan al mismo tema. Arcadio Acevedo, con su Romeo Anaya, guerrero auténtiko, ya se subió al ring. Déle vuelta a esta hoja, yo nomás soy el anunciador. La pelea va a estar buena.

Héctor Cortés Mandujano

1 ROUND DE SOMBRA

La idea de escribir un libro sobre Romeo Lacandón Anaya, chiapaneco, ex campeón mundial de peso gallo, versión Asociación Mundial de Boxeo (WBA, por sus siglas en inglés), fue circunstancial. Un decir. Abrumado por las evidencias, tundido a dos manos por los hechos en el cuadrilátero de los axiomas vitales, hace cinco años dejé de creer en el azar.

Si la memoria no me es –también- infiel, los acontecimientos se dieron así: mediado el mes de abril del 2004, visité a mi amigo Héctor Cortés Mandujano, director de Divulgación de la Secretaría de Educación en Chiapas. Pateando sin demasiado entusiasmo el bote del desempleo, fui a pedirle me permitiera colgar en las paredes de su oficina dos cuadros de mi autoría. Cuadros nada redondos, por cierto.

La necesidad es maligna consejera. Confiaba en que, a fuerza de mirarlas (la familiaridad, usted sabe), cualesquiera de los cultos visitantes de esa área educativa se enamorara de una o de ambas (s)obras -en el arte la bigamia no se proscribe, se recomienda-, y decidiera llevarlas a vivir consigo. Previo pago de una reducida dote al padre putativo de las mismas, claro. Héctor accedió sin tardanza.

- Fijáte, vos, que hace un buen, a Alfredo Palacios, mi jefe, le anda ronronendo en la cabeza la intención de escribir una novela, un cuento, no sé... un texto relativo al mundo del boxeo. Según él, desde chamaco es aficionado al box. Sé poco de eso, pero él aún recuerda peleas paleozoicas –comentó al momento de la cortesía dietética (café sin pan).
- Cojeamos de la misma pata –respondí-. Fui fanático del boxeo. En Zamora, Michoacán, llegué a participar en varios torneos navideños callejeros.
- ¿De veras?

Enseguida, compulsión característica de los individuos desempleados, neuróticos, solitarios, sometidos al flagelo de la depresión y el auto desprecio por lapsos prolongados, se me abrió incontenible el grifo oral de los recuerdos. Julio 8 de 1959. Me veo, me describo niño en los albores de la adolescencia, en la casa paterna. Me veo junto a mis hermanos Humberto y Eugenia María del Socorro, sentado en la escalera que conduce a la planta alta. En el marco de la ventana, un radio Telefunken verde. Del otro lado de la ventana los ronquidos ebrios, estentóreos de papá. El modesto aparato portátil, de plástico, narra los prolegómenos de la pelea Alphonse Halimi contra José Joe Becerra.

2 CERCA DE LAS CORTESANAS, LEJOS DEL TRONO

Tuxtla Gutiérrez, 31 de octubre de 1971.
Por primera vez en la historia mexicana del boxeo, Chiapas es escenario de una batalla por un campeonato nacional. También por vez primera, con la venia de la Comisión de Box del Distrito Federal (CBDF), regenteada por el escritor Luis Spota, un gladiador nativo intentará ceñirse la corona de peso gallo.

La plaza de Toros San Roque, habilitada como sede de la magna cartelera, regurgita de hartura. Reverberando en los tendidos de sol y sombra, en el coso tupido de sillas, diez mil aficionados con boleto pagado aguardan impacientes la aparición de Romeo Anaya, el Lacandón, hijo de Cahuaré, parido circunstancialmente en Tuxtla. “Mi madre María Antonia Malpica Vásquez, oriunda de Copainalá, Mescalapa, Chiapas, se alivió de mí en un hospital del barrio San Roque en esta capital –evoca Romeo-. Por eso muchos creen que soy conejo (1). En esa época, en la Ribera de Cahuaré no existían hospitales cercanos, como hoy. Las parturientas que tenían modo eran trasladadas a las hospitales o sanatorios de Tuxtla. Para las que no podían estaban las parteras que hacían el servicio a domicilio”.

En la parte más alta del graderío, un par de mujeres robustas, con el pelo recogido en trenzas ha encendido veladoras a San Juditas Tadeo. Raquel Turipache Coutiño, promotor de la magna velada boxística, artífice de este sueño convertido en realidad para sus coterráneos, pasea nervioso pero satisfecho. Sonríe al recordar el largo camino de desvelos, sobresaltos y frustraciones recorrido para lograr su propósito, debido a la inconsistencia de Romeo y a los errores de Cristóbal Rosas, su manejador. Invicto en veinte peleas, 17 resueltas por la vía rápida, esgrimiendo su terrífica mano izquierda en forma de gancho al cuerpo y a la cabeza, Romeo figuraba en el selecto grupo de los diez mejores gallos de México. La prensa deportiva se ocupaba de él cada día con más frecuencia. No le escatimaban tinta ni elogios. Los comentaristas aseguraban que entre Romeo Anaya y el cinturón gallo sólo mediaba una oportunidad. No importaba el nombre del titular, a Romeo le sobraba cloroformo para anestesiar a cualquiera. Bromeaban: “En óptimas condiciones físicas, el Lacandón es capaz de tirar a los gigantes de Tula”. En tipos pequeños, en páginas interiores, aludían los muchachos de la fuente al marcado fervor con que Anaya consumía alcohol y mujeres. Filtraban ironías: “Si el Lacandón abdicara a La Corona sería el rey indiscutido de los gallos”.

3. EL ULTIMINIO, DOC

Raquel Coutiño continúa proyectando el largometraje producido, escrito, dirigido, por él: “Fui invitado a Monterrey. Preferí regresar a Tuxtla y mirar la pelea por televisión. El réferi favoreció bastante a Rocha, pero la neta es que noqueó a Romeo. Anaya siempre tuvo quijada de cristal. Total, se cae la pelea por el campeonato y yo me quedo bien trabado con los anticipos dados a Meneses y al propio Romeo. Volví a la Comisión de Box en calidad de plañidera.

- Señor Spota soy pobre, quizás el más pobre de todos los promotores que hay en México (acá entre nos, esa fue la única verdad que usé para mi propósito), nomás que soy muy terco y valiente para hacer negocios. El poquito dinero que tenía en el banco lo di de anticipo y se me va a perder (en realidad, yo me la estaba jugando con la paga de Efraín Enríquez, prestigiado joyero tuxtleco). Los únicos que me lo pueden devolver son Romeo o Cristóbal porque son los culpables de mi situación. Meneses ya me advirtió: “A mí me cumple o el adelanto ai muere”.
- Pues peléelo con otro- dijo Spota.
- La combinación perdería todo atractivo, señor. Lo del Famoso Gómez nomás era un buscapiés que lancé para presionar a Cristóbal Rosas.
- Dadas las circunstancias le vamos a brindar otra oportunidad. Romeo tiene un compromiso pendiente con la empresa de la Arena México, su rival es Carlos Mendoza. Que cumpla. Aunque Mendoza es panameño, si Romeo lo vence irá por el campeonato. Si pierde, olvídese de sus ahorritos.
- Sale y vale –dije. No me quedaba otra.
Romeo no ignoraba las dimensiones de la aventura: “Si perdía con Mendoza, prácticamente estaba liquidado del boxeo. Más de algún promotor me había amenazado con no volverme a programar si fallaba de nuevo. Corrí el riesgo”.

4 LA CALCA DE UN SUEÑO

El gobernador Manuel Velasco Suárez hace su arribo a la plaza de toros San Roque, caldero en ebullición. Lo flanquea Carlos Loret de Mola, periodista, escritor, gobernador en funciones de Yucatán, invitado a la inminente lectura del informe. Velasco Suárez saluda sin entusiasmo a la multitud levantando a medias el brazo derecho. Chiflan unos escudados en la relativa protección de la masa informe. Otros aplauden. Un día antes, Coutiño y Anaya le habían corrido la cortesía. El doctor los recibió en su despacho del palacio de gobierno y les mostró la maqueta de lo que sería la Ciudad Deportiva que aún disfrutamos. El Turipache le preguntó si asistiría a la función:
- No. Soy neurólogo y por tanto el enemigo número uno del boxeo.
Rápido intervino Loret de Mola:
- Manuel, soy un añejo e incurable adicto al box. Y vine a Tuxtla porque tú me vas a llevar a ver la pelea.

El doctor acude a regañadientes. Los humildes, como los sabuesos leen con la nariz, ventean, olfatean los estados anímicos. Con frecuencia, los humores del cuerpo son más francos y expresivos que el rostro. Arrecia la silbatina. Los ocupantes de ring side se espantan el calor aplaudiendo con tibieza. Un bruto anónimo, alcoholizado, prepara, apunta y arroja una botella destinada a parar en la humanidad del gobernador. Para fortuna suya y desgracia de su colega, en ese preciso instante se pone de pie el doctor León Brindis, dispuesto a saludarlo. El proyectil le rebota en la cabeza. Hombre vertical –lo repetía a cada rato durante su administración-, León Brindis cae como regla. Como tronco abatido por la sierra eléctrica de los talamontes. Metido a redentor involuntario, sale crucificado, es decir, a bordo de la Cruz Roja. En el trayecto, las ristras de ocurrencia huérfanas del Manual de Urbanidad de Carreño:
-Consuélate, doctor, al pinche Pollo le van a pegar más duro.

5. LA INFANCIA VAGABUNDA

Martes. Tomé a pecho el papel de biógrafo deportivo improvisado. Al otro día de la entrevista con Héctor Cortés me lancé a San José Terán, a bordo de un destartalado y polvoriento autobús. Coincidió mi llegada con la de unos funcionarios del Instituto Nacional del Deporte y la Juventud (INDEJ). Un médico le hacía entrega de paquetes de vendas y tela adhesiva a Romeo. Me presenté con éste a la primera oportunidad. Le confesé mi veterana admiración por su trayectoria en los encordados. Grosso modo le expliqué el proyecto. Aceptó sostener conmigo tres o cuatro conversaciones grabadas de sesenta minutos cada una.
-Ya le estamos dimos dando –dijo en tono festivo.
-Como va –eché mano a mis aparatos como queriendo grabar.
-No, mañana. Después de este grupo de chamacos viene otro. No los puedo colgar. Mañana a las once.

Acudí puntual. De Romeo ni sus luces. Ni sus cuartos traseros, vaya. Maté el tiempo y el clamor de mis tripas observando entrenar a Melchor Cob. El campechano, dos veces campeón mundial de peso mosca, luce en forma espléndida pese a su veteranía. Hace ejercicios de calentamiento, rounds de sombra. Sus brazos se mueven a la velocidad de los pistones. Golpea los aparatos embutido en un mameluco de plástico. Melchor elogia las instalaciones: “En menos de la mitad de este espacio entrena Nacho Beristáin a una decena de bofes en México. Ha sacado como quince campeones. Más que ganar un torneo de guantes, a los chavos les interesa derrotar a los pupilos de Nacho”. Al desgaire deja entrever que prácticamente lo sacaron a rastras de su retiro para hacerle frente a Jorge Travieso Arce. Su última pelea, asegura.

Miércoles. “Chin, ni me acordaba, reportero. Voy de salida. Mañana”. Traducción: Soy un tímido de miércoles.
Jueves.“Estoy esperando que pasen por mí los del INDEJ, voy a la ceremonia del pesaje”. Traducción: Soy introvertido de campana a campana.
Viernes. “Me entrevistarán en la radio”. Traducción: Soy desconfiado.
Sábado. “Asistiré a la pelea de campeonato en las instalaciones de la Feria Chiapas”. Traducción: “Ya me sopearon, no me volverán a sopear”.
EL domingo descanso obligatorio, el lunes saldría a Tapachula y el miércoles, quién quita, a Comitán: “Andamos promocionando la práctica del box en el estado, reportero. Ni mocos. Ai estamos pendientes, ¿no?

6 LA TIERRA LLAMA

“En 1967 vine a reconocer mi estado, mi ciudad, pero yo no tenía relación con mi familia, con mi gente, con mi papá, con mis hermanos. Estábamos olvidados. No nos habíamos visto desde mi partida a México con mi madre, siendo niño. Aquí conocí al Gallito del Ring, Raúl Anaya Grajales, mi medio hermano. Él era campeón estatal pluma. De buenas a primeras me dijo: “Carnal, ayúdame”. Llegamos a la Arena México y le pregunté con quién iba a pelear. Me contestó que con Ricardo Arredondo. Le advertí que era un rival muy duro para él, aunque, bueno, si tú eres campeón estatal podrías dar el campanazo, nomás cuídate, corre por las mañanas, entrena fuerte para que tengas una buena condición física. En verdad, Arredondo es hueso duro. Yo tenía una idea más cercana de las capacidades del michoacano, pues lo había visto pelear en las Arenas México y Coliseo del D.F. Así comencé a ir al gimnasio y auxiliar a mi carnal poniéndole los guantes, las vendas, trayendo y llevando cosas. Un día su sparring no asistió y me presté a boxear con él. En esa ocasión estaba Raquel Coutiño, el Turipache. Raúl me presentó con él. Una semana antes de la pelea mi carnal me dice:
- Hermano, ayúdame, ¿no? Ya me dijeron que practicabas el boxeo en México.
- Bueno, sí, lo practiqué a bajo nivel no a tu altura.
- Se trata de que me tires golpes para afinar la defensa.
Me subí y empezó a mandarme candela. Me dolió, me enojé y respondí en el mismo tono. Me acuerdo que lo sangré. Se enojó más y le ponía más pólvora a su golpes. Entonces el Turipache se trepó al ring y le pidió a Raúl que terminara la sesión.
-Este es un entrenamiento, no una pelea -le dijo.

7 EL LEGENDARIO CAGÜILA

Boxeadores-buleadores. Bengalas efímeras alumbradoras de burdeles. A un hermano paterno de Romeo, novel boxeador, lo abatieron en un burdel tuxtleco. Se desangró acuchillado. El puñal, recto de espléndida ejecución a las vísceras, lo libró de expectativas.

Boxeadores-boleadores (“Aseadores de calzado, reportero, no menosprecie la maestría”). “Cuesta trabajo creerlo, pero los grandes boxeadores, figuras de fama internacional que conquistaron campeonatos o estuvieron a punto de hacerlo, fueron víctimas de la ignorancia, los malos manejos de los managers, del alcoholismo y de la explotación, y para poder sobrevivir tuvieron que trabajar de ¡boleros! Ésta es una de las páginas más negras y al mismo tiempo más curiosas de la historia del boxeo mexicano: En 1959, Luis Spota habló con quien tenía que hablar y consiguió la autorización para que boxeadores retirados, los que estaban en muy malas condiciones, pudieran trabajar como boleros, con entrada “exclusiva” a las oficinas del D.F., a la Dirección General de Tránsito y a los Estudios Cinematográficos Churubusco”. Rafael Barradas.

Boxeadores-bolencones. Carne molida, sanguinolenta, masacrada de artillería. Niños perennes nacidos de noche, sin cordón umbilical.

Boxeadores-voceadores. Ángeles suburbanos condenados al limbo tras la canina persecución de la gloria. Cerebro tembloroso de flan, esqueleto de fierro, caparazón metálica, músculos galvanizados. Enciclopedias existenciales, cúbicas, ignorantes de la “o” por lo redondo. Jornaleros del morbo popular. Hematomas indelebles en la conciencia colectiva. Mascotas adiestradas de nuestras facetas perversas, cobardes, inconfesables. Mercenarios a destajo de la gente linda.

8 EL HONOR DEL DINERO

Soñar no cuesta. Los sueños, emulando al tempenchil, germinan en terreno silvestre. Se riegan a cubetadas de indiferencia (indiferencia controlada, por supuesto). Fructifican en la austeridad. Si los mimas, languidecen y sin crecer ni reproducirse mueren.

José Rodríguez Moreno, nacido en el barrio de San Roque, soñó en conquistar un campeonato mundial de boxeo. A principios de los sesenta, el profesor Antonio Rosas le aseguró que tenía facultades para dar, prestar y empeñar. Bajo su férula emprendió una gira por lugares exóticos y remotos: Chiapa de Corzo, San Cristóbal de Las Casas, San Cristóbal, Chiapa, San...

Adoptó Pepe Moreno como nombre de batalla. Había sostenido un puñito de peleas a cuatro vueltas cuando, una noche trágica (en realidad empezaba a pardear), temerosa de que el dinero en demasía corrompiera el alma pura de su chunco, la señora Moreno le prohibió tajantemente proseguir en ese traicionero y virulento camino del éxito precoz. “Tenía 10 años. No obstante, continué asistiendo al gimnasio hasta que don Toño me propuso ser su auxiliar. Años después, asesorado por el profesor y con la ayuda de Raquel Coutiño, ascendí a la categoría de manejador”.