domingo, 15 de mayo de 2011

11 MÁS ALLÁ DELAS NUBES

Ungido rey gallo del corral nacional por designio de sus puños graníticos, “empecé a ver más allá de las nubes –dice Romeo-. La misma gente del medio empujaba. Los personajes que me rodeaban tenía los contactos necesarios para subirme a un cuadrilátero con Chucho Veneno Pimentel, Rubén Púas Olivares, Chucho Castillo, pues yo había ascendido a esa categoría. Fuimos muy mimados todos, estábamos en el candelero, teníamos asesores y éramos fabriquitas de billetes. También nos teníamos miedo unos a otros, como en la banda de los cuarenta ladrones donde el más ingenuo podía madrugarle al más pintado. Hablo de recursos deportivos. En esa época dorada, quince de los mejores veinte gallos en el ranking mundial eran mexicanos. La mafia estaba dura, ya se comenzaba a sentir, no se tenía a la vista pero se desplazaba en las sombras, actuando y defendiendo sus intereses”.

El siguiente paso era incrustar a Romeo Anaya en las clasificaciones mundiales de La Asociación Mundial de Boxeo (AMB) o del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), máximas organizaciones rectoras del pugilismo en el orbe. Raquel Coutiño: “Conociendo las malas artes de Cristóbal Rosas, al amarrar el compromiso con Meneses, lo había hecho firmar tres opciones por cincuenta, setenta y cinco y cien mil pesos, respectivamente. Mi segunda carta jugada para entronizar a Romeo fue Néstor Babá Jiménez de Cartagena, Colombia, zurdísimo, negro, más difícil que el Pollo Meneses, aunque no tan apestoso. La pelea tuvo efecto en diciembre de 1972, en la plaza de toros San Roque, con una entrada regular, media plaza. Aunque no lo pudo noquear, ni siquiera derribar, Anaya le ganó una nítida decisión. Además, esa pelea le sirvió de mucho porque, durante los diez rounds, aguantó y supo descifrar situaciones difíciles ante el crucigrama planteado por Babá Jiménez.

En febrero, Rubén Olivares expone su diadema mundial en Osaka, Japón, contra Katzuyoshi Kanazawa. El Tigre Kanazawa le estaba dando una paliza, le ganaba de cabo a rabo la pelea. En un descuido, en el round número trece, Olivares logró con un gancho violento, preciso, mandarlo a la lona para la cuenta final. Retiene su campeonato. Las circunstancias en que se había dado el pleito, aparte de haber sido transmitido en vivo por la televisión, me sirvieron de publicidad. Le eché el ojo al perdedor: Éste es el próximo rival de Romeo Anaya, me dije. ¿Por qué? Porque tras su victoria sobre Babá Jiménez, Romeo ocupaba la octava posición en el ranking y Kanazawa era quinto. Iba buscando la escalera para hacerlo trepar hasta donde llegó

Con la mediación de Lupe Sánchez, lo firmé por cuarenta mil pesos, incluido un pasaje aéreo para su manager Toshiro Abe. Cuando llegó el Tigre Kanazawa al aeropuerto de la Ciudad de México, fue recibido entusiastamente por los periodistas, pues recordaban la demostración de bravura que había ofrecido ante Olivares. En los Baños Jordán causó tumultos de aficionados. Era impresionante ver con qué furia le pegaba Kanazawa a los aparatos... ¡Peleadorazo, debió ser campeón!

En Tuxtla Gutiérrez -te voy a dar una fotografía, conservo varias- lo voy a esperar al aeropuerto junto a Armando López, un buen amigo y socio del Distrito Federal, ya difunto, con el que nunca tuvimos problemas y ganamos dinero. Te voy a enseñar una foto donde está Armando López, en medio Toshiro Abe, Kanazawa, y yo a un lado.

Al Auditorio Municipal, donde entrenaba el Tigre, llegaban diariamente entre cuatrocientas y quinientas gentes, augurio de un entradón. Es la pelea que más gente ha metido a la plaza San Roque. Pagaron boleto cerca de 11 mil gentes. La publicidad y el atractivo de la combinación Anaya-Kanazawa surtieron efecto. El día de la verdad, Romeo noquea a Kanazawa en el quinto round. Al quinto en el quinto. Nos costó un esfuerzo enorme bajarlo del ring y subirlo a los altos donde vive la familia Palafox. Pensamos que se moría, quedó en calidad de guiñapo. Luego lo examinaron los doctores y lo declararon fuera de peligro. Por si las cochinas moscas lo bajamos cargando y lo llevamos al hotel. A los dos días se fue a México. Ante un veintena de periodistas, un masacrado Tigre anuncia su retiro del pugilismo. Cumplió.

Romeo era el quinto del mundo... (je)... el número cinco de la clasificación. Me olvido del título nacional y me propongo el mundial para el paisano. Lo enfrentaría a cualquiera de los tres primeros. El monarca era Enrique Maravilla Pínder, un panameño que se había convertido en el verdugo de todos los peleadores mexicanos. Había vencido en fila india a Rafael Herrera, a Rodolfo Martínez, que ocupaban sitios privilegiados en las clasificaciones mundiales. Desecho a Martínez por tratarse de un peleador sumamente difícil y elijo a Julio Guerrero, fajador, ponchador a quien yo había peleado aquí varias veces y era el número dos del ranking. Bauticé esta pelea como “El enfrentamiento entre los dos ponchadores más temibles del orbe”.

La pelea dejó una extensa secuela de anécdotas, controversias y comentarios, empezando por la contratación de Julio Guerrero. Hago contacto con el Cuyo, vía teléfono. Nos encontramos dos zorros. Él estaba sobrado de experiencia pero yo no debía quedarme atrás:
- Don Arturo, quiero un peso gallo.
- No tengo. Mejor dicho, los tengo muy caros... . No hay dinero en Tuxtla para pagarlos.
Pensé: Si supiera que hay un chingo, nomás que todo se lo llevan.
- Por darme una idea... ¿Cuánto baila Julio? Lo he peleado varias veces acá.
- ¡Uf! Cuando era de Chucho Cuate, ora es mío.
- ¡Por eso!
- ¿Contra quién?
- Contra Romeo Anaya.
- ¡Ah!, usted quiere una pelea de lujo.
- ¡Claro!
- Deme ciento cincuenta mil.
- Ora sí le voy a decir como dijo usted al principio: no hay dinero en Tuxtla. Ni en México lo pagan. Para acabar pronto en ninguna parte de la república... Una a diez vueltas.
- Romeo es campeón...
- A diez, pa’que me cueste menos.
Hice cuentas: por lo menos si perdía Romeo se quedaba con el título.
- Mire, señor Coutiño, le voy a poner tres condiciones. Si usted las acepta, podemos comenzar a bordar fino. Primero, ni un centavo más ni un centavo menos: cien mil pesos –yo ya tenía programado que era de cien mil, y por cien mil estaba firmada la tercera opción de Romeo-. La segunda, quiero un anticipo de treinta mil en efectivo, nada de cheques.
- Ni cuenta manejo. Se lo llevo en efe.
- La tercera, que usted venga a México, traiga el contrato en blanco, y yo le voy a decir por qué cantidad lo va usted a llenar –sin querer hice mmm-. No no no piense que voy a robarle a mi peleador. Lo que pasa es que yo tengo que pagarle un diez por ciento a Chucho Cuate y no le quiero dar lo que es real –de todos modos ya estaba robando ¿no? Bueno, a mi no me importaba, el box es un negocio-. ¿Cuándo viene a México?
- Mañana estoy allí con los treinta mil pesos y el contrato.
Todavía vivía el Cuyo en la colonia Guerrero, atrás del Teatro Blanquita. Llego con la lana...
Estoy mirando fijamente a Raquel... Corrijo: No le aparto la mirada al señor Coutiño.
- La lana, la lana...¿de dónde saqué la lana?... este... tuve un socio... No quiero decir el nombre porque hasta la fecha no nos hablamos...
Continuo sin pestañear.
- No por miedo, a mis setenta y cinco años no le tengo miedo, no se lo tuve cuando se vino el pleito. Nomás te voy a decir que para ser mi socio el señor me citó en los sótanos del Palacio de Justicia (segunda sur y calle central). Estaba preso... Y ahí nomás le paro, pues si te digo por qué lo entambaron vas a detectar de quién se trata,
Sigo sin parpadear.
- No por miedo, a mi me vale un sorbete con todos sus millones de pesos que tiene...
- ¿Y?..
- Y me da un cheque certificado de cuando Serfin era Banco de Londres y México...
- Raquel, acabábamos de llegar a la casa del Cuyo –lo ubico.
- Cierto. Llego con la feria. No traigo efectivo porque en México hay muchas ratas y treinta mil pesos es un dineral, le digo, pero a cambio le dejo un cheque certificado por esa cantidad a nombre suyo, Arturo Hernández, de modo que no va a tener ningún problema. En el improbable caso de que el cheque llegara a rebotar, pues no hay pelea.

Se convenció y me pidió que llenara el contrato por setenta y cinco mil pesos. Volví a pujar, le estaba robando a Julio Guerrero. Julio cobra el cheque, le da cinco mil al Cuyo a cuenta del porcentaje que le corresponde y éste se está robando ya veinticinco mil del águila. Vivo, muy vivo, se amacizó con demasiada antelación el viejo. No quise meterme en los pleitos internos de Hernández, Guerrero y Cuate.

Mi socio, el Innombrable, designó representante suyo a un alemancito... un chaparrito alemán que le arrimaba con envidiable enjundia al trago, y ya bolo decía muchas babosadas... ¡Conrado, ya me acordé, se llamaba Conrado! Lo llevo a México para que entregara el cheque y fuera testigo de toda las conversaciones sostenidas con el Cuyo. Quería que todo fuera transparente con mi socio. En vano los cuidados. Hasta el final mi socio cree que fui yo quien se robó los veinticinco mil pesos. Efectuada la entrega del anticipo, Conrado y yo fuimos a saludar al licenciado Torres Landa. Tenía su despacho en el piso treinta de la Torre Latinoamericana. En el elevador le supliqué a Conrado que no hiciera comentarios respecto a lo observado en casa del Cuyo.
- Arturo es capaz de enfermar a Julio. Así que mantén la boquita cerrada, por favor.
Cuando presento a Conrado como gente cercana a Juan Sabines Gutiérrez, Torres Landa dijo: “Juan es mi amigo y va a ser gobernador de Chiapas”. Al rato, bolo y ya en confianza, Conrado le preguntó:
- ¿Oye licenciado y tu no eres roedor como el Cuyo?
Le pegué un codazo, ¡estaba tumbando la pelea!
- No le pegues, Coutiño -dijo Torres Landa-, déjalo que hable.
Conrado habló, habló, habló y habló.

Déjame aclarar que Torres Landa ya tenía pique con el Cuyo, Pancho Rosales y Lupe Sánchez. Ellos no querían que los boxeadores tuvieran apoderados, porque éstos les cuidaban mejor su dinero. Claro, dependiendo de quién fuera el apoderado. Torres Landa fue honesto con todos, no necesitaba robar, era hijo de un ex gobernador de Guanajuato.
- Licenciado no vaya a comentar nada, a usted le interesa que Romeo se coloque como el segundo gallo del mundo y quede listo para el campeonato mundial. Si usted quiere echar abajo la pelea, cuéntele a los periodistas lo que sabe –le dije.
- Es que estos managers tranzas ya me tiene cansado, son unos rateros y al fin tengo las pruebas.
- Aguántese, pues. Después de la pelea haga lo que crea conveniente.

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