domingo, 15 de mayo de 2011

3. EL ULTIMINIO, DOC

Raquel Coutiño continúa proyectando el largometraje producido, escrito, dirigido, por él: “Fui invitado a Monterrey. Preferí regresar a Tuxtla y mirar la pelea por televisión. El réferi favoreció bastante a Rocha, pero la neta es que noqueó a Romeo. Anaya siempre tuvo quijada de cristal. Total, se cae la pelea por el campeonato y yo me quedo bien trabado con los anticipos dados a Meneses y al propio Romeo. Volví a la Comisión de Box en calidad de plañidera.

- Señor Spota soy pobre, quizás el más pobre de todos los promotores que hay en México (acá entre nos, esa fue la única verdad que usé para mi propósito), nomás que soy muy terco y valiente para hacer negocios. El poquito dinero que tenía en el banco lo di de anticipo y se me va a perder (en realidad, yo me la estaba jugando con la paga de Efraín Enríquez, prestigiado joyero tuxtleco). Los únicos que me lo pueden devolver son Romeo o Cristóbal porque son los culpables de mi situación. Meneses ya me advirtió: “A mí me cumple o el adelanto ai muere”.
- Pues peléelo con otro- dijo Spota.
- La combinación perdería todo atractivo, señor. Lo del Famoso Gómez nomás era un buscapiés que lancé para presionar a Cristóbal Rosas.
- Dadas las circunstancias le vamos a brindar otra oportunidad. Romeo tiene un compromiso pendiente con la empresa de la Arena México, su rival es Carlos Mendoza. Que cumpla. Aunque Mendoza es panameño, si Romeo lo vence irá por el campeonato. Si pierde, olvídese de sus ahorritos.
- Sale y vale –dije. No me quedaba otra.
Romeo no ignoraba las dimensiones de la aventura: “Si perdía con Mendoza, prácticamente estaba liquidado del boxeo. Más de algún promotor me había amenazado con no volverme a programar si fallaba de nuevo. Corrí el riesgo”.

En el ínterin, 8 de julio de 1971, muere el doctor Gilberto Bolaños Cacho, conocido en el mundillo boxístico como el Angel Blanco. Durante cuarenta y cinco años boxeadores y luchadores habían sido asistidos por él. “Bolaños cacho no se limitó a cuidar cejas abiertas y ojos morados. Vio a los peleadores en toda su verdadera, su auténtica miseria humana y trató siempre de remediarla”, afirma Rafael Barradas. Horacio Ramírez Mercado fue designado nuevo jefe de los Servicios Médicos de la Comisión de Box.

“En serio, adoro ver esa pelea cuando le gano a Mendoza –el Lacandón besa la cruz-. Conservo la copia del combate, así como de las peleas con Pínder y Mario Manrique. Mendoza era un peleador talludo, marrullero pero le gustaba fajarse. Recuerdo que en el quinto round fui a mi esquina con una ceja rota. El doctor Horacio Ramírez quería parar las acciones:
- Deme usted chance, doctor, la pelea está buena -le supliqué.
- La herida es grande, sangra demasiado y se puede seguir abriendo.
- No está en el párpado, doc, aguanta otro round.
- Sólo uno.

En el sexto nos volvimos a trenzar sin descanso. El público estaba loco, caliente porque la nodriza estaba bien bonita. Vuelvo a sangrar y el doc a amenazarme con parar la pelea.
- Nomás uno y ya, doc, no sea ingrato, le voy a echar todo el resto. El ultiminio, nomás.
- El último, conste.
Cristóbal me aplicó vaselina pero la hemorragia no cesaba. Siempre fui muy sangrón, lo reconozco. En eso suena la campana y has de cuenta reportero que llamaban a comer o a chupar de gorra. Salgo de mi esquina y ¡zaz, zaz, zaz, zaz, zaz!, hasta que lo vi caer. Me sentí orgulloso. Al fin pelearía por el campeonato nacional”.

Raquel Coutiño no acudió a la arena. Temeroso de sufrir un infarto, se inclinó por el televisor: “Ya me había comido los brazos hasta el codo de la angustia. Romeo iba perdiendo la pelea completa. Estaba cortado, sangrante. Cada que lo iba a revisar el doctor Ramírez Mercado... ¡que no la pare!, rezaba yo. En el séptimo, Romeo salió inspirado, inspirado como un campeón del mundo, hizo añicos al panameño que parecía entero, lo despedazó, lo hizo confeti, lo dejó sentado en las cuerdas ya noqueado. Le pararon la pelea. Comencé a pegar de brincos en la sala. De la alegría sentí que de todos modos me daba el infarto. Desde entonces me salió azúcar, creo yo.

De inmediato me lancé a la colonia Agrícola Oriental para amenazar a Cristóbal. Ni una pelea más, le advertí, no vuelvas a comprometer a Romeo, porque la pelea por el título ya está programada para el 31 de octubre. A prepararse, vamos a ganar el campeonato”.

- De la Arena México nos fuimos a cenar a Garibaldi –cuenta un Romeo transformado, con los ojos brillantes y la sonrisa a toda asta.
Hay recuerdos que le sientan bien, lo rejuvenecen, le desazolvan el alma.
-¿Del ring a Garibaldi, champion, después de ese festival de martillazos?
-Sí, normal, uno sigue normal después de un combate, salvo algunos dolores internos, musculares, hematomas en la boca, en las orejas, en la cabeza, normal. Además en esos momentos uno no piensa cómo se siente por fuera, sino cómo se siente por dentro. Chingón. La paga volvía a ser la de los buenos tiempos. Cuarenta mil varos libres de polvorones y pajaritos. Además, iba a cobrar ciento cincuenta mil morlacos por la disputa del campeonato, cincuenta mil más que el campeón. Porque déjame decirte que esa misma noche, en cuanto confirmé a puñetazos mi derecho a aspirar al cinturón, me salió un apoderado: Juan José Torres Landa. El licenciado había administrado la carrera de Vicente Saldívar. Me dijo que era yo un peleador valioso, que merecía cobrar mucho más de lo que hasta la fecha me habían pagado. Si yo aceptaba, él estaba dispuesto a protegerme de la voracidad de los manejadores, quienes solían arreglarse con el promotor abajo del agua, a cambio de un módico 10 por ciento. Me habló de la elaboración de un tabulador. En lo sucesivo, cobraría buena lana, no miserias. Me mostró el contrato en donde exigía a Raquel Coutiño ciento cincuenta mil pesos por mi participación en la pelea de campeonato. Firmé el acuerdo.

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