domingo, 15 de mayo de 2011

9 COLISEO ZOQUE

(¿Vasté a queré manguito verde?) Arena México de conejolandia, basurita en los ojos que invita a la lluvia dulce en compañía. Cuadrilátero amado, caja de regalo con moños de cuerda vil, de mecate. Lona entrañable, planicie exuberante de parches y pegotes; cobija liberal, pañuelo pobre, sábana indiscriminada, sudario de nuestras tristezas. Arenita México, rotonda de las mentadas ilustres ("El que no quiera que le mienten la madre que no venga al box". Samuel León Brindis, ex gobernador de Chiapas). Arenita México, anfiteatro zoque, abigarrado museo de humores populares, venero de ocurrencias. (¡Llévelo sus nuégado, su jocote curtido!). Arenita México, barcaza encallada en la niebla de los años con el fantasma de Kid Yeyo (¿De a cómo va a ser?) a bordo. Arenita México, cocina matamaridos, matasolteros. Ni vuelto a germinar el universo masticaremos una delicia dorada como la de tus tacos crujientes, puestos en vajilla de papel estraza, sin nada más que aire en medio; encima aderezados con salsa de tomate y ralladura de pies, transpiración y axilas.

“En la Arenita México, conocí y traté a Romeo Anaya. Ahí entrenábamos todos. Ahí también se presentaban las funciones de box porque no había espacio alternativo. Estaba aquí nada más en la tercera oriente, entre avenida central y primera sur. Medía alrededor de trescientos metros cuadrados. La sección numerada y la luneta, estaban abajo, las gradas arriba. Las construyeron de madera porque de material, según nos explicaron, ocuparían más espacio y espacio era lo que necesitaban -evoca Neftalí Gordillo, ex preseleccionado olímpico, manager, ex presidente de la Comisión de Box de Tuxtla-. Cabían de trescientos a cuatrocientos aficionados. Las instalaciones eran modestas, el ring muy precario, la verdad, pero cumplía su cometido. A veces había lona entera, otras nomás dos o tres pedazos, a veces había aserrín y en ocasiones las tablas pelonas, aunque se trataba de planchones galanes, ¿no? Para nosotros todo estaba perfecto.

Inicialmente las funciones se daban los viernes. Debido al éxito implementaron los lunes populares y los viernes de primera categoría. Presentaban cinco peleas por función. Romeo Anaya empezó en una pelea de obsequio, calentando el ambiente de las funciones populares. Estamos hablando del 67. Si uno le gustaba al público se iba a las peleas de cuatro asaltos.
Desde su debut Romeo se distinguió por su estamina, en cuanto la probaban los enemigos se resentían y le daban la vuelta. Luego, con técnica y mejor preparación física desarrolló más el pegue y se convirtió en un noqueador paralizante. Aquí hubieron muchos comentarios antes de que él llegara a ser un peleador estrella y luego campeón nacional y mundial. Decían que le estaban comprando a los rivales, que le estaban arreglando las peleas porque él venía de México. Si de un golpe terminaba un combate, decían que el adversario se había dejado caer. Como en ese tiempo se permitían las apuestas abiertamente, todos entraban en esa polémica.

Por cierto, Raúl, hermano mayor de Romeo, apodado Gallito del Ring, fue campeón estatal, muy buen boxeador, buenísimo. Si se hubiera esforzado por salir de acá, estoy seguro que estaríamos hablando de cosas mejores. Varios managers de peleadores a los que El Gallito derrotó le ofrecieron llevárselo, enseñarle algunos secretos técnicos, proyectarlo... hasta casa y carro le ofrecieron pero no, nunca se animó. Otros boxeadores destacados en los pininos de Romeo, fueron Casanovita Estrada -uno de los grandes ídolos-. Tucita Campos, Joel Cruz, de Tapachula. Ellos le ganaban a los mexicanos y nunca quisieron dejar el terruño. Había buena camada de peleadores, sobre todo plumas y gallos, pero nomás dos o tres valientes alzaron el vuelo entre ellos Romeo.

Don Alberto Redondo era un hombre que gustaba de ayudar a los novatos si les veía o suponía facultades. Cuando recién empecé él me obsequió short, bata, tenis, porque a veces subíamos sin tenis a boxear, la cosa era estar dentro para ver las demás peleas. Un grupo de ocho o diez chamacos le decíamos al Turipache:
- ¿Empezamos? Denos chance de entrar y le alborotamos el gallinero.
- ¡Orale, pues!
De repente coincidíamos con Romeo en la misma cartelera aquí, en Tonalá, en Tapachula. Posteriormente nos veíamos en los Baños El Jordán del defe, ubicados en Arcos de Belén y Salto del Agua. Él ya sonaba como candidato a una corona mundial y yo viajaba constantemente a provincia tratando de forjarme un nombre.

Cuando ganó el cetro nacional frente al Pollo Meneses, horas antes del combate intentaban convencer a Meneses de subir al ring. Alegaba sentirse enfermo y la verdad estaba completamente sano pero malo, desahuciado del miedo. Nomás que había una orden de la Comisión de Box del Distrito Federal, porque estaba vacante el título. Si no peleaba con Romeo lo iban a sacar de las clasificaciones nacionales. No le quedaba otra, le había costado mucho llegar a ese sitio. Ya conocemos el resto de la historia. El Lacandón lo sacó no sólo de las clasificaciones sino del boxeo.

Fue un gran campeón mundial. Muy pocos con el colorido, con el empuje, con el pegue, con el carisma que él tenía. Víctor Manuel Rabanales, amigo mío, también fue campeón mundial pero en otras circunstancias menos difíciles. Claro que no llegó solo Romeo, el Turipache tiene gran parte de mérito, es un viejo lobo de la promoción boxística. Coutiño lo descubrió, lo lanzó y luego lo acabaron de pulir en México Cristóbal Rosas y el licenciado Torres Landa.

En su momento, eso ayudó mucho al boxeo chiapaneco, vino un gran auge, muchos jovencitos se animaron a salir no sólo del estado sino del país, con buenos resultados. Lamentablemente faltó una adecuada promoción, instalaciones dignas, como las que ahora tenemos, gracias a que Pablo es un gran aficionado y promotor de los deportes.

Al retirarme del box fui manager de mi hermano, hablamos del 73, 74. Romeo y Ney eran muy buenos amigos, se hablaban seguido. Mi hermanito era un distinguido adorador de Baco y a Romeo le encantaba la bohemia. Ya con fama y dinero surgen muchas “novedades”. Los dos se ponían de acuerdo y se iban a chupar, a mariposear con las chamacas. Se perdían una semana, diez días.

Entre las pocas intimidades que Romeo me confió podría citar el deseo que tenía de comprarle una casa a su mamá, otra a su papá, poner un negocio para que su familia viviera bien. De ser posible tenerlos a todos juntos, era eso lo que más le inquietaba... Otras cosas, la verdad, pos no... En la actualidad seguimos siendo amigos, platicando, hablando del deporte, del box principalmente, planeando cómo hacer para que los jóvenes concurran al gimnasio donde es adiestrador, y de la invaluable ayuda que Rubén Olivares ha significado para él.

Ojalá que le vaya bonito porque hay mucho material en Chiapas, y no porque seamos miserables y broncudos, sino porque abundan los jóvenes que desean salir adelante en la vida por medio del deporte. Hay mucha juventud que no ha podido estudiar, metida en las drogas. La podemos rescatar a través del boxeo. Ni siquiera hablo de hacer retornar las viejas épocas de gloria del box porque hoy está más comercializado el deporte, y los muchachos tienen más opciones. Hablo de apoyar y rescatar a los muchachitos que andan perdidos. Sí, por supuesto, el boxeo tiene sus riesgos, pero la droga y el alcohol tienen más y te matan más rápida y seguramente. El boxeo no hace pobre a nadie, se mantiene de pobres que es diferente. No vas a ver a los ricos partiéndose la madre, ellos eligen otras disciplinas. Hay que invitar a los jóvenes, seguramente saldrán dos o tres buenos prospectos”.

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