domingo, 15 de mayo de 2011

12 LA ANTESALA DEL TRONO

18 de junio de 1972.

Romeo Anaya versus Julio Guerrero. El temporal no cede, afecta a todo el sureste. Ocho días con sus noches se ha estado derritiendo el cielo. La preventa en todas las taquillas estatales, en parte de Tabasco y Oaxaca (¡Ay, dios, mirálo papacito!) ha sido un fracaso. La gente teme que la lluvia obstinada acabe por mojar la dinamita de “los dos ponchadores más temibles del universo”. La campaña publicitaria ha sido intensa, tímida la respuesta de los aficionados. Al Innombrable, socio capitalista de Raquel Coutiño en la aventura, lo ha estado fustigando una pesadilla todas las noches desde que se rompieron los cántaros: está desnudo, aterido de frío, en una montaña de corcholatas de Titán de grosella que el diluvio ha convertido en islote. De pronto mira pasar al Turipache a bordo de una lujosa barcaza, con un jaibol en la mano, una sonrisa en los labios y dos beldades a los costados abanicándolo con billetes de quinientos. Fenómeno curioso, el sol se desplaza iluminando la barcaza cual si fuese uno de esos faros buscadores, tan socorridos en la farándula. El Innombrable se esfuerza por gritar en demanda de auxilio y su voz se diluye al contacto de la humedad. Cuando está a punto de llegarle el agua al pescuezo, despierta.

El camino de acceso a la plaza está convertido en un barrizal espantoso. A nadie parece importarle que, por vez primera, La Voz de la América Latina desde México, vaya a realizar un transmisión directa generada en Chiapas. Agustín Álvarez Briones es el cronista invitado. Ocurre el milagro: a las 12 horas del día de la pelea a las nubes se les secaron los lacrimales. No volvió a llover hasta un mes después.

Al micrófono Coutiño: “Pese a todo, se ganó. Muy poco, pero se ganó. Nos dieron 30 mil pesos por concepto de derechos de transmisión, aunque yo era quien firmaba los contratos. Se suscitó una serie de anomalías, de problemas. Romeo gana la pelea mediante una apretada decisión de los jueces. El réferi, Ramón Bello Berumen, gran amigo mío, me había dicho momentos antes de iniciar la velada: Mire, todo lo que yo pueda hacer sin abusar de mi autoridad, lo haré por usted, porque veo lo que sufre para armar estas peleas, y no va encontrar jamás un manejador o un boxeador que sea agradecido”.

De los socios ingratos, ni hablar. El Innombrable, al que aludiremos con
el seudónimo de Oscar López Camacho, ex alcalde de Copainalá, conocido del carpintero Luis Malpica, abuelo materno de Romeo Anaya, en Copainalá, y de sus hijas, Jacinta, Eustolia y Aldegunda, próspero mayorista abarrotero en Tuxtla, precursor de las tiendas de autoservicio, muestra la otra cara de la misma moneda: “Mi debut como empresario en la contienda Anaya-Guerrero, fue también mi despedida. Nunca volví a arriesgar mi dinero en el boxeo. Desde que hicimos la sociedad con Coutiño, el me dijo: yo no me meto, usted va a manejar las taquillas. Sólo recuperé el sesenta por ciento de la inversión. No sabía que los ingresos fuertes, limpios, la rebanada grande del pastel, llegaban por concepto de derechos de transmisión. Ahí fue donde me chamaquearon. El Turipache cobró los cien mil pesos que pagó la Cervecería Modelo. Sin arriesgar un centavo suyo ganó lo mismo que los boxeadores, sin sufrir un rasguño (je). Yo perdí, el ganó. Hace 35 años que no me dirige la palabra. Conoce su culpa.”.

Romeo y Julio correspondieron con creces a la expectativas del respetable. Se tundieron con las trancas y hasta con las aldabas de la puerta. Ante el pasmo generalizado los dos electrizantes ponchadores se habían sobrevivido mutuamente y alcanzado la última campanada en posición erguida. Julio había besado la lona en el tercer asalto. Romeo había sido derribado a bazookazos en el séptimo y noveno episodios. “Mi cuerpo ya no quería levantarse, pero el corazón me decía: órale, güevón; no te rindas, muérete en la raya pero dales el gusto a tus paisanos”. Pípila enguantado, Romeo había seguido en la refriega con la loza del orgullo chiapaneco en el lomo. Hay quienes afirman que, en el noveno capítulo, el Bello Berumen le desgranó la cuenta al Lacandón en cámara lenta.

“Ora sí vamos a hablar a calzón quitado –amenaza Coutiño-. En el noveno, casi al terminar el asalto, conectan a Romeo y cae a plomo. En ese momento Julio tenía un ojo inflamado, la nariz tinta en sangre, el labio partido.... daba lástima verlo. Berumen empieza el conteo y yo a hacerle señas de que Julio no se ha retirado a la esquina más distante. Estrategia, colmillo...¡Uno! ¡Dos!... ¡A su esquina, Julio!... ¡Tres!, ¡Cuatro!...¡Le dije que a su esquina!... rompía la cuenta, pasaban los segundos, sonó la campana. Lógicamente, ahí se salvó Romeo. El Cuyo se fue echando sapos y culebras contra la Comisón de Box de Tuxtla”.

“Berumen detuvo el conteo porque Guerrero estaba tras de él, se sentía malherido por el canal que le abrí en el labio. Le tuvieron que injertar un pedazo de nalga, serio. También le fracturé la nariz. Me quería acabar, me
quería matar. Los segundos de más fueron culpa suya. Nos dimos vorazmente,
no me pudo rematar. Mis respetos para Guerrero”, dice Anaya.

El Reglamento interior de la comisión de box profesional del D. F., establece en su artículo 21, fracción V: “Corresponde a los réferis decidir rápidamente sobre cualquier situación que se le presente durante el desarrollo de la pelea y que no esté prevista en este Reglamento”.

El Manual de la Asociación Mundial de Boxeo (WBA) es más preciso al enunciar los Poderes del árbitro: “Sólo el Arbitro puede detener el encuentro. En el evento de una caída, tiene poder para suspender una cuenta si el boxeador deliberadamente falla en retirarse a la esquina neutral indicada a él”.

¿Qué tiene el box de limpio? Si la pelea está bien hecha, dos humanos se enfrentan en igualdad de circunstancias, es un juego de ajedrez con los puños, se debe tener una gran técnica y el boxeador tiene que saber qué va a pasar en los cuatro siguientes golpes y prevenir los de su contrincante. Es una contienda totalmente estratégica.

El gran cronista de box estadounidense A. Liebling la llamó: 'La dulce ciencia'. Creo que el box es un arte. Tiene mucho que ver con la antropología, es lo único que nos queda de violencia ritual, contenida, controlada; es mucho mejor que cualquier guerra.

Cuando termina la pelea los boxeadores, que son de una nobleza absoluta, se abrazan y se vuelven a tratar fuera del cuadrilátero, aunque adentro cada uno sabe que puede matar al otro. Esa es la paradoja del box. Inclusive con una tragedia como la que le pasó al boxeador mexicano Lupe Pintor: haber matado al irlandés Owen.

Matar a alguien en el cuadrilátero es distinto a matarlo en la calle, porque Lupe Pintor sabía que él también podía morir. Por supuesto, para Pintor fue terrible matar a un hombre, de hecho, el corrido de José Alfredo Jiménez, Con la muerte en los puños, es exactamente la misma historia, un boxeador que mata y cuelga los guantes porque se siente asesino.

Para mí el box sigue teniendo mucho sentido. Lamentablemente se lo ha comido la televisión, ha muerto como un espectáculo; ahora es un deporte de televisión y tristemente se ha vuelto para élites. Una pelea de campeonato mundial no puede verse en televisión abierta salvo por repetición, se ve en pago por evento. La vez que se paralizó el país fue por las últimas tres peleas de Julio César Chávez, porque fueron las últimas que se transmitieron en televisión abierta. Si los mexicanos hubieran tenido que pagar, difícilmente se paraliza el país como lo hace cuando juega la selección". Pedro Ángel Palou. Escritor.

1 comentario:

  1. gracias por la informacion.fue una pelea brutalestos 2 peleadores se la rifaron.

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